jueves, 8 de septiembre de 2011

Mejoría


Y Jesús como era de esperar, no me dejó sola, me tomó de la mano y me llevó por el camino que debía tomar, el de la medicina que ayuda a sobrellevar lo doloroso que tenemos que pasar en la vida. Y desde el día de mi última entrada es que estoy tomando los medicamentos que me recetó el médico y además he ido a ver a mi cardiólogo para que me ayudara en esta situación de contradicción de medicamentos.
 En definitiva, que hoy ya empecé con la segunda dosis y me siento mucho mejor. Supongo que dentro de unos días me sentiré mejor aún, pero por lo menos ha desaparecido la angustia y el deseo de llorar todo el tiempo. Todavía tengo que superar el miedo a salir y la energía para hacer cosas, cualquiera, todas, no sé, desde volver a trabajar hasta hacerme un plato de comida y en cuanto a salir desde ir a comprarme ropa hasta irme de vacaciones a Cuba con mi hija que me invitó y yo hasta ahora le dije que no porque no puedo, no me sale el moverme de casa.
 Bueno, eso es todo respecto de mi melancolía, o... no... no es todo, faltaría algo fundamental que apuraría todos los efectos beneficiosos de la medicación y es que Juan Carlos volviera a hablarme. Pero eso es algo que parece imposible ya.

miércoles, 20 de julio de 2011

Jesús, vengo a pedirte ayuda, no me dejes por favor...



Hoy es uno de esos días en que mi melancolía me pesa, es una mochila muy grande que debo cargar, o no sé si debo, quizás yo misma no supe enfrentar los sinsabores de la vida con una sonrisa a mano para no llegar a este estado.
 Mi tristeza es grande y ya no tiene un origen exógeno, exterior, me doy cuenta que es un simple y cruel estado de depresión endógena.
 Mañana retomaré mi antidepresivo, el que dejé por las reacciones cardiacas que me produce y será lo que Dios quiera, pero yo no quiero sentirme más así, tan triste, tan amargada, tan melancólica.
 Sólo le pido ayuda a Dios para superar nuevamente este tramo de mi vida. Necesito hacerlo, quiero estar con mi hija todavía, no puedo ya imaginar la vida sin ella, aunque en el más allá tengo a la otra, la primera, mi nena mayor que partió tan pronto, en plena adolescencia, 16 años no es una edad para que muera un hijo y eso ha dejado huellas en mí que si no es con químicos ya no puedo atemperar.
 Mañana será un nuevo día y espero que Jesús me tome de su mano y me lleve por el camino correcto, te necesito mucho Jesús, por favor no me dejes sola.

miércoles, 29 de junio de 2011

La muerte (Cuento: Texto completo) de Thomas Mann


10 de septiembre


Por fin ha llegado el otoño; el verano no retornará. Jamás volveré a verlo...






El mar está gris y tranquilo, y cae una lluvia fina, triste. Cuando lo vi esta mañana, me despedí del verano y saludé al otoño, al número cuarenta de mis otoños, que al fin ha llegado, inexorable. E inexorablemente traerá consigo aquel día, cuya fecha a veces recito en voz baja, con una sensación de recogimiento y terror íntimo...






12 de septiembre






He salido a pasear un poco con la pequeña Asunción. Es una buena compañera, que calla y a veces me mira alzando hacia mí sus ojos grandes y llenos de cariño.






Hemos ido por el camino de la playa hacia Kronshafen, pero dimos la vuelta a tiempo, antes de habernos encontrado a más de una o dos personas.






Mientras volvíamos me alegró ver el aspecto de mi casa. ¡Qué bien la había escogido! Desde una colina, cuya hierba se hallaba ahora muerta y húmeda, miraba el mar de color gris. Sencilla y gris es también la casa. Junto a la parte posterior pasa la carretera, y detrás hay campos. Pero yo no me fijo en eso; miro sólo el mar.






15 de septiembre






Esa casa solitaria sobre la colina cercana al mar y bajo el cielo gris es como una leyenda sombría, misteriosa, y así es como quiero que sea en mi último otoño. Pero esta tarde, cuando estaba sentado ante la ventana de mi estudio, se presentó un coche que traía provisiones; el viejo Franz ayudaba a descargar, y hubo ruidos y voces diversas. No puedo explicar hasta qué punto me molestó esto. Temblaba de disgusto, y ordené que tal cosa se hiciera por la mañana, cuando yo duermo. El viejo Franz dijo sólo: "Como usted disponga, señor Conde", pero me miró con sus ojos irritados, expresando temor y duda.






¿Cómo podría comprenderme? Él no lo sabe. No quiero que la vulgaridad y el aburrimiento manchen mis últimos días. Tengo miedo de que la muerte pueda tener algo aburguesado y ordinario. Debe estar a mi alrededor arcana y extraña, en aquel día grande, solemne, misterioso, del doce de octubre...






18 de septiembre






Durante los últimos días no he salido, sino que he pasado la mayor parte del tiempo sobre el diván. No pude leer mucho, porque al hacerlo todos mis nervios me atormentaban. Me he limitado a tenderme y a mirar la lluvia que caía, lenta e incansable.






Asunción ha venido a menudo, y una vez me trajo flores, unas plantas escuálidas y mojadas que encontró en la playa; cuando besé a la niña para darle las gracias, lloró porque yo estaba "enfermo". ¡Qué impresión indeciblemente dolorosa me produjo su cariño melancólico!






21 de septiembre






He estado mucho tiempo sentado ante la ventana del estudio, con Asunción sobre mis rodillas. Hemos mirado el mar, gris e inmenso, y detrás de nosotros en la gran habitación de puerta alta y blanca y rígidos muebles reinaba un gran silencio. Y mientras acariciaba lentamente el suave cabello de la criatura, negro y liso, que cae sobre sus hombros, recordé mi vida abigarrada y variada; recordé mi juventud, tranquila y protegida, mis vagabundeos por el mundo y la breve y luminosa época de mi felicidad. ¿Te acuerdas de aquella criatura encantadora y de ardiente cariño, bajo el cielo de terciopelo de Lisboa? Hace doce que te hizo el regalo de la niña y murió, ciñendo tu cuello con su delgado brazo.






La pequeña Asunción tiene los ojos negros de su madre; sólo que más cansados y pensativos. Pero sobre todo tiene su misma boca, esa boca tan infinitamente blanda y al mismo tiempo algo amarga, que es más bella cuando guarda silencio y se limita a sonreír muy levemente.






¡Mi pequeña Asunción!, si supieras que habré de abandonarte. ¿Llorabas porque me creías "enfermo"? ¡Ah! ¿Qué tiene que ver eso? ¿Qué tiene que ver eso con el de octubre...?






23 de septiembre






Los días en que puedo pensar y perderme en recuerdos son raros. Cuántos años hace ya que sólo puedo pensar hacia delante, esperando sólo este día grande y estremecedor, el doce de octubre del año cuadragésimo de mi vida.






¿Cómo será? ¿Cómo será? No tengo miedo, pero me parece que se acerca con una lentitud torturante, ese doce de octubre.






27 de septiembre






El viejo doctor Gudehus vino de Kronshafen; llegó en coche por la carretera y almorzó con la pequeña Asunción y conmigo.






-Es necesario -dijo, mientras se comía medio pollo- que haga usted ejercicio, señor Conde, mucho ejercicio al aire libre. ¡Nada de leer! ¡Nada de cavilar! Me temo que es usted un filósofo, ¡je, je!






Me encogí de hombros y le agradecí cordialmente sus esfuerzos. También dio consejos referentes a la pequeña Asunción, contemplándola con su sonrisa un poco forzada y confusa. Ha tenido que aumentar mi dosis de bromuro; quizás ahora podré dormir un poco mejor.






30 de septiembre






-¡El último día de septiembre! Ya falta menos, ya falta menos. Son las tres de la tarde, y he calculado cuántos minutos faltan aún hasta el comienzo del doce de octubre. Son 8,460.






No he podido dormir esta noche, porque se ha levantado el viento, y se oye el rumor del mar y de la lluvia. Me he quedado echado, dejando pasar el tiempo. ¿Pensar, cavilar? ¡Ah, no! El doctor Gudehus me toma por un filósofo, pero mi cabeza está muy débil y sólo puedo pensar: ¡La muerte! ¡La muerte!






2 de octubre






Estoy profundamente conmovido, y en mi emoción hay una sensación de triunfo. A veces, cuando lo pensaba y me miraba con duda y temor, me daba cuenta de que me tomaban por loco, y me examinaba a mí mismo con desconfianza. ¡Ah, no! No estoy loco.






Leí hoy la historia de aquel emperador Federico, al que profetizaran que moriría sub flore. Por eso evitaba las ciudades de Florencia y Florentinum, pero en cierta ocasión fue a parar en Florentinum, y murió. ¿Por qué murió?






Una profecía, en sí, no tiene importancia; depende de si consigue apoderarse de ti. Mas si lo consigue, queda demostrada y por lo tanto se cumplirá. ¿Cómo? ¿Y por qué una profecía que nace de mí mismo y se fortalece, no ha de ser tan válida como la que proviene de fuera? ¿Y acaso el conocimiento firme del momento en que se ha de morir, no es tan dudoso como el del lugar?






¡Existe una unión constante entre el hombre y la muerte! Con tu voluntad y tu convencimiento, puedes adherirte a su esfera, puedes llamarla para que se acerque a ti en la hora que tú creas...






3 de octubre






Muchas veces, cuando mis pensamientos se extienden ante mí como unas aguas grisáceas, que me parecen infinitas porque están veladas por la niebla, veo algo así como las relaciones de las cosas, y creo reconocer la insignificancia de los conceptos.






¿Qué es el suicidio? ¿Una muerte voluntaria? Nadie muere involuntariamente. El abandonar la vida y entregarse a la muerte ocurre siempre por debilidad, y la debilidad es siempre la consecuencia de una enfermedad del cuerpo o del espíritu, o de ambos a la vez. No se muere antes de haberse uno conformado con la idea...






¿Estoy conforme yo? Así lo creo, pues me parece que podría volverme loco si no muriera el doce de octubre...






5 de octubre






Pienso continuamente en ello, y me ocupa por completo. Reflexiono sobre cuándo y cómo tuve esta seguridad, y no me veo capaz de decirlo. A los diecinueve o veinte años ya sabía que moriría cuando tuviera cuarenta, y alguna vez que me pregunté con insistencia en qué día tendría lugar, supe también el día.






Y ahora este día se ha acercado tanto, tan cerca, que me parece sentir el aliento frío de la muerte.






7 de octubre






El viento se ha hecho más intenso, el mar ruge y la lluvia tamborilea sobre el tejado. Durante la noche no he dormido, sino que he salido a la playa con mi impermeable y me he sentado sobre una piedra.






Detrás de mí, en la oscuridad y la lluvia, estaba la colina con la casa gris, en la que dormía la pequeña Asunción, mi pequeña Asunción. Y ante mí, el mar empujaba su turbia espuma delante de mis pies.






Miré durante toda la noche, y me pareció que así debía ser la muerte o el más allá de la muerte: enfrente y fuera una oscuridad infinita, llena de un sordo fragor. ¿Sobreviviría allí una idea, un algo de mí, para escuchar eternamente el incomprensible ruido?






8 de octubre






He de dar gracias a la muerte cuando llegue, pues todo se habrá cumplido tan pronto como llegue el momento en que yo ya no pueda seguir esperando. Tres breves días de otoño todavía, y ocurrirá. ¡Cómo espero el último momento, el último de verdad! ¿No será un momento de éxtasis y de indecible dulzura? ¿Un momento de placer máximo?






Tres breves días de otoño aún, y la muerte entrará en mi habitación... ¿Cómo se conducirá? ¿Me tratará como a un gusano? ¿Me agarrará por la garganta para ahogarme? ¿O penetrará con su mano mi cerebro? Me la imagino grande y hermosa y de una salvaje majestad.






9 de octubre






Le dije a Asunción, cuando estaba sobre mis rodillas: "¿Qué pasaría si me marchara pronto de tu lado, de algún modo? ¿Estarías muy triste?" Ella apoyó su cabecita en mi pecho y lloró amargamente. Mi garganta está estrangulada de dolor.






Por lo demás, tengo fiebre. Mi cabeza arde, y tiemblo de frío.






10 de octubre






¡Esta noche estuvo aquí, esta noche! No la vi, ni la oí, pero a pesar de eso hablé con ella. Es ridículo, pero se comportó como un dentista: "Es mejor que acabemos pronto", dijo. Pero yo no quise y me defendí; la eché con unas breves palabras.






"¡Es mejor que acabemos pronto!" ¡Cómo sonaban esas palabras! Me sentí traspasado. ¡Qué cosa más indiferente, aburrida, burguesa! Nunca he conocido un sentimiento tan frío y sardónico de decepción.






11 de octubre (a las 11 de la noche)






¿Lo comprendo? ¡Oh! ¡Créanme, lo comprendo!






Hace una hora y media estaba yo en mi habitación y entró el viejo Franz; temblaba y sollozaba.






-¡La señorita -exclamó-. ¡La niña! ¡Por favor, venga en seguida!






Y yo fui en seguida. No lloré, y sólo me sacudió un frío estremecimiento. Ella estaba en su camita, y su cabello negro enmarcaba su pequeño rostro, pálido y doloroso. Me arrodillé junto a ella y no pensé nada ni hice nada. Llegó el doctor Gudehus.






-Ha sido un ataque cardíaco -dijo, moviendo la cabeza como uno que no está sorprendido. ¡Ese loco rústico hacía como si de veras hubiera sabido algo!






Pero yo, ¿he comprendido? ¡Oh!, cuando estuve solo con ella -afuera rumoreaban la lluvia y el mar, y el viento gemía en la chimenea-, di un golpe en la mesa, tan clara me iluminó la verdad un instante. Durante veinte años he llamado la muerte al día que comenzará dentro de una hora, y en mí, muy profundamente, había algo que siempre supo que no podría abandonar a esta niña. ¡No hubiera podido morir después de esta medianoche; sin embargo, así debía ocurrir! Yo hubiera vuelto a rechazarla cuando se hubiera presentado: pero ella se dirigió antes a la niña, porque tenía que obedecer a lo que yo sabía y creía. ¿He sido yo mismo quien ha llamado la muerte a tu camita, te he matado yo, mi pequeña Asunción? ¡Ah, las palabras son burdas y míseras para hablar de cosas tan delicadas, misteriosas!






¡Adiós, adiós! Quizá yo encuentre allí afuera una idea, un algo de ti. Pues mira: la manecilla del reloj avanza, y la lámpara que ilumina tu dulce carita no tardará en apagarse. Mantengo tu mano, pequeña y fría, y espero. Pronto se acercará ella a mí, y yo no haré más que asentir con la cabeza y cerrar los ojos, cuando la oiga decir:






-Es mejor que acabemos pronto...






FIN










lunes, 27 de junio de 2011

MELANCOLÍA


Quizás es en esta palabra en la que mejor se sintetiza la convicción profunda de que el espíritu humano viaja por el cuerpo en las secreciones, llamadas también "humores". La melancolía es, en efecto, un humor negro, es decir una secreción glandular negra.Porque así lo entendían los griegos crearon la palabra melagcolia (melanjolía). Está formada por melan (mélan), que significa negro, más colh (jolé), que significa bilis, hiel. No olvidemos que de este segundo elemento se ha formado cólera (la cólera y el cólera; humores en ambos casos). En latín prefirieron la forma melancholia, transcripción del término griego, al latino atra bilis (bilis negra), del que se formó como cultismo el término "atrabiliario", que entró en nuestra lengua como galicismo, pero que no ha hecho fortuna. Para los griegos melancolía significó desde el primer momento tanto el hecho fisiológico de la secreción y circulación por el cuerpo de "humor negro", como su resultado psicológico. Y aun cuando el uso de esta palabra se fue decantando cada vez más hacia su vertiente anímica, siempre estuvo presente para los griegos su valor primitivo. El adjetivo melagcolikoV (melanjolikós) significa preferentemente la afección anímica (triste, melancólico, de humor sombrío).
La palabra melancolía nació como término médico, fruto de la doctrina llamada "humorista", que ocupó la mayor parte de nuestra historia de la medicina, y que vuelve a despuntar esporádicamente porque sus fundamentos no se mueven de sitio. Resulta divertida la definición antigua de "humorista": decíase del médico partidario de las doctrinas del humorismo". Y "humorismo" era la doctrina médica antigua definida ya por Hipócrates, que explicaba la salud y la enfermedad por la acción equilibrada o desequilibrada de los humores en el cuerpo. La crasis era el equilibrio entre los cuatro humores básicos (sangre, flema, bilis y atrabilis -humor negro o melancolía-); y se llamaba crisis a la expulsión de los humores mediante el sudor, los vómitos, la expectoración, la orina, las deyecciones.... En el proceso de la enfermedad los médicos tenían estudiado cuál era el momento crítico, es decir aquel en el que se debía producir la expulsión de los malos humores. Quede constancia que las expresiones crisis y estado o momento crítico están sacadas de la antigua "medicina humorista". En cuanto a la melancolía, sigue formando parte de los cuadros clínicos, y se la define como una psicosis que se caracteriza por depresión profunda, dolor moral, sentimiento de culpabilidad, de desmoronamiento, de autodesprecio, afecciones que van acompañadas por inhibición psicomotriz, lentitud del pensamiento y malestar corporal de tipo hipocondríaco. Un cuadro que puede colocar al paciente al borde del suicidio. Esta enfermedad, igual que la tuberculosis, fue elevada a la categoría de sublime por el romanticismo. Estuvo presente en nuestra cultura y en nuestra lengua desde siempre, sufriendo diversas modificaciones (melangía, metralgía, melarchía... ) que no prosperaron. Debido a su buena prensa, la melancolía ha sido objeto de obras literarias y pictóricas. Tirso de Molina compuso la comedia El Melancólico, que tuvo un gran interés para el público porque veía en el protagonista al enigmático y melancólico Felipe II.



Mariano Arnal

lunes, 20 de junio de 2011

9ª CONGRESO INTERNACIONAL DE PSIQUIATRÍA 2002 - Mesa Redonda: Psicopatía: El melancoloide por Roberto Mazzuca



En esta mesa que se caracteriza por el hecho de reunir aportes de la biología, la psiquiatría y el psicoanálisis, modalidad concebida y sostenida a lo largo de varios congresos por su coordinador, el Dr. Hugo Marietán, me corresponde esta vez presentar la perspectiva psicoanalítica en el abordaje de la melancolía.



Lo haré en dos pasos, el primero, teórico, el segundo, clínico. Es decir que, en primer lugar, intentaré reunir sintéticamente los principales conceptos y nociones introducidos por Freud para dar cuenta de esta patología, y después, para finalizar, pondré el acento en sus variedades clínicas y formas de su tratamiento.



La subjetividad melancólica



El análisis freudiano se caracteriza por centrarse en el eje de la intersubjetividad, es decir, en las relaciones del sujeto con los otros o, según los términos de algunas orientaciones psicoanalíticas, de las relaciones de objeto. Estas relaciones pueden ser de amor, de odio, o ambivalentes, pero también puede tratarse de una forma especial de relación con el objeto que Freud delimitó con el nombre de identificación. Esta acentuación del registro de la intersubjetividad es una característica general de la clínica freudiana y, por lo tanto, interviene con modalidades específicas en las diferentes entidades neuróticas y psicóticas. Sin embargo, tiene una preponderancia especial en el caso de la melancolía para el cual Freud introduce una analogía con el duelo, es decir, la constelación psicológica con que el sujeto responde cuando se ve enfrentado ante la pérdida de un ser querido o también de una instancia abstracta como la que representan los ideales de diferente orden.



De aquí que el más conocido de sus trabajos sobre el tema que nos ocupa ostente esta comparación en su título: Trauer und Melancholie, traducido en las últimas ediciones de su obra como Duelo y melancolía. Cuando decimos comparación nos referimos a similitudes pero también a sus diferencias. Así como el estado del dormir, en que el sujeto se repliega y se aísla del mundo exterior, es el modelo normal de lo que Freud definió como el estado narcisista, de un modo semejante el proceso del duelo es considerado por Freud como el modelo normal del acceso melancólico: si el duelo resulta de la pérdida de un ser querido, entonces también la pérdida de un objeto de alto interés libidinal para el sujeto es el desencadenante de la melancólica, aunque en este caso no resulta inmediatamente reconocible en qué consiste esta pérdida.



El núcleo de la propuesta freudiana gira en torno del origen y la naturaleza de los lamentos y autorreproches melancólicos que Freud explica por el fuerte componente de hostilidad que caracterizaba la relación previa del sujeto con la persona amada. De allí que pueda resumirse con la fórmula con que titulé un trabajo anterior sobre este tema Ihre Klagen sind Anklagen: sus lamentos son acusaciones, o bien, para reproducir algo del juego de palabras de esa fórmula: sus autorreproches son héterorreproches. Si se presta oídos, dice Freud, a los reproches que el paciente se dirige, llega un momento en que es imposible sustraerse a la impresión de que se adecuan muy poco a su propia persona y muchas veces se ajustan a otra a quien el enfermo ama o ha amado. “Así se tiene en la mano el cuadro clínico si se disciernen los autorreproches como reproches contra un objeto de amor que desde allí se han reflejado sobre el propio yo”.



¿Cuáles son los datos de la observación clínica que justifican tal conclusión? No puedo extenderme aquí en la secuencia completa que conduce a Freud a sostener esa tesis, pero puedo señalar su elemento central que consiste en percatarse de una contradicción en el comportamiento del melancólico. Resulta llamativo, argumenta Freud, que el melancólico no se comporte como el individuo normal quien ante sus autorreproches adopta una posición de modestia, tendiendo más bien a ocultarlos ante los demás. Por el contrario, el melancólico carece de todo pudor y hasta podría destacarse el rasgo exactamente opuesto, “el deseo de comunicar a todo el mundo sus defectos, como si obtuviera de esto una satisfacción”. Ellos no se avergüenzan ni se ocultan, concluye, porque todo eso rebajante que dicen de sí mismos en el fondo lo dicen de otro.



Una constatación de esta tesis surge de otro rasgo del comportamiento del melancólico, quien no solo está lejos de mostrar la modestia y sumisión que serían coherentes con las personas tan indignas que declaman ser, sino que más bien son martirizadores en grado extremo y se muestran como si fueran víctimas de una gran injusticia, razón por la cual también suelen despertar en el interlocutor más irritación y fastidio que empatía y compasión.



La teoría freudiana de la melancolía



La teoría que Freud construye para dar cuenta de esta particularidad de la subjetividad melancólica reposa fundamentalmente en dos conceptos, ambos originales de su pensamiento, el de identificación y el narcisismo.



Por medio del primero, es decir, el concepto de identificación, Freud sostiene que el sujeto evita el duelo ante la pérdida de la persona amada a través del recurso de identificarse con el objeto perdido y de reconstruirlo en su propio yo. De este modo, se disocia la ambivalencia amor – odio y el yo, por una parte, conserva el amor por el objeto abandonado y, por otra, el odio se ensaña con ese objeto sustitutivo ahora reconstruido en el yo. Es por esto que las quejas inequívocamente gozosas del melancólico constituyen una satisfacción de tendencias sádicas.



Con el segundo de los conceptos mencionados, el de narcisismo, que es específico de las psicosis, Freud ubica la melancolía en el campo de estas entidades clínicas en clara oposición con la paranoia. Mientras en esta el narcisismo exalta e infla el yo del sujeto, la identificación narcisista del melancólico, por el contrario, constituye una herida permanentemente abierta para la pérdida libidinal y vacía el yo hasta el empobrecimiento total, una libidorragia, podríamos decir, que explica, dice Freud, el asombroso eclipse en el melancólico de la pulsión que en todos los seres vivientes los lleva a aferrarse a la vida. Y esto, haya o no ocasión de suicidio, riesgo de todos modos siempre presente en la melancolía.



Freud y la tradición psiquiátrica



La elaboración y las conclusiones que acabo de exponer muy sucintamente, aunque muy originales del pensamiento freudiano, son construidas por este en total continuidad y en congruencia con las finas descripciones y precisas definición de la tradición psiquiátrica que precedió su obra. Freud obtiene sus conclusiones fundamentalmente a través del análisis del discurso que caracteriza el delirio melancólico, con sus quejas y autorreproches, aun cuando este no constituya un componente fundamental de esta entidad clínica ya que la psiquiatría había establecido con claridad, antes de Freud, la existencia de melancolías sin delirio. Pero también había destacado que, cuando surge, el delirio se segrega en total continuidad y es consustancial con el humor melancólico.



Aunque la melancolía, al igual que la histeria, es una categoría milenaria, su delimitación conceptual es relativamente reciente. Ni siquiera en la nosología de Pinel o de Esquirol la encontramos con su sentido actual. Este fue fijado sobre el final del siglo XIX por el gran clínico francés Jules Séglas, quien en sus magistrales lecciones en la Salpêtrière caracterizó la melancolía simple fundamentalmente como un estado cenestésico penoso al que dio el nombre de dolor moral. Moral en esta época no tiene una referencia ética sino que constituye un término usual para diferenciar y oponerlo a lo físico. Sería equivalente en la actualidad a dolor psíquico, como se lo puede apreciar en los antecedentes del psiquiatra belga, Guislain, que lo denominaba frenalgia, o de Krafft – Ebing que lo llamaba neuralgia psíquica.



Séglas mostró que lo esencial de la melancolía se organiza alrededor del dolor moral y los fenómenos de enlentecimiento e inhibición de diversas funciones corporales que son concomitantes con este humor penoso. La sintomatología melancólica puede quedar reducida a este núcleo fundamental, y se trata entonces de la melancolía simple, pero también pueden desarrollarse secundariamente ideas delirantes. Los primeros trastornos delirantes derivan directamente de la cenestesia penosa: depresión, apatía, lentitud, dificultad para fijar la atención y agrupar las ideas, etc. Como el sujeto tiene conciencia de esta condición, esta percatación se vuelve una segunda fuente de dolor moral en la forma de desvalorización de sí mismo. De este modo surgen progresivamente los diferentes contenidos que serán los temas del delirio melancólico como un intento de interpretación que explique y justifique ese estado. El sentimiento de dolor moral, dice Séglas, conduce al enfermo a la idea de que el es culpable, de que ha cometido un crimen, o por lo menos alguna falta o error. Su indignidad solo puede acarrear males y desgracias. Por otra parte, el sentimiento de su incapacidad para pensar, querer y actuar confiere a sus ideas una impronta de inferioridad. Su expectativa es el empobrecimiento y la ruina. Si intenta suicidarse es con el fin de suprimir un ser incapaz, inútil o aún peligroso para los demás. Comparado con la riqueza y variedad de los delirios paranoicos, el delirio melancólico es monótono y repetitivo. Pero lo decisivo es que constituye un fenómeno secundario y derivado directamente del dolor moral que constituye el fenómeno elemental de la melancolía.



La clínica psicoanalítica de la melancolía



Para cumplir con el objetivo de este trabajo que, como dije, es el de presentar la perspectiva psicoanalítica en el abordaje de la melancolía, podríamos extender nuestro comentario a los aportes de otros grandes psicoanalistas. Como K. Abrahan que, ya antes que Freud, había señalado el predominio en el melancólico de la ambivalencia característica de la organización oral de la libido. O bien M. Kein y sus conceptos de posición depresiva y defensa maníaca. O también los de J. Lacan vinculados con su construcción del objeto (a). Pero todos estos conceptos, y otros que aquí omito, desarrollados por el mismo Freud o por quienes continuaron con su obra, tienen utilidad sobre todo por el uso que se hace de ellos en la práctica del psicoanálisis, es decir, tienen interés especial para los psicoanalistas.



En cambio, en una mesa interdisciplinaria que se caracteriza, como la nuestra, por una pluralidad de enfoques, me parece más importante destacar el aporte principal de Freud en psicopatología y psicoterapia a nivel de la clínica. Este aporte, que suele pasar desapercibido aún para los mismos psicoanalistas, consiste, en mi opinión, en el claro establecimiento de una discontinuidad o heterogeneidad en las formas clínicas de la melancolía, y constituye una peculiaridad esencial de la posición freudiana en este tema.



Ante todo hay que destacar la advertencia expresa que Freud incluye en el comienzo mismo de su trabajo sobre la melancolía. Cito: “La melancolía, cuya definición conceptual es fluctuante aun en la psiquiatría descriptiva, se presenta en múltiples formas clínicas cuya síntesis en una unidad no parece comprobada; y de ellas, algunas sugieren afecciones más somáticas que psicógenas”. Tenemos entonces una afirmación contundente sobre la heterogeneidad de las diversas formas clínicas, y entre ellas, ante todo, la distinción entre formas somáticas y psicógenas. Freud aclara, también explícitamente, que su elaboración está dirigida y restringida a los casos en que la naturaleza psicógena de la enfermedad es claramente reconocible.



En segundo lugar, y ahora dentro del campo considerado por Freud como de naturaleza psicógena, podemos distinguir en esta cuestión dos posiciones que, en sus extremos, pueden caracterizarse, una, por concebir una gama gradual y progresiva del humor melancólico que va desde el sentimiento normal de la tristeza, pasando por diferentes estados depresivos, hasta las melancolías graves; otra, que hace de esos diferentes estados entidades clínicas claramente diferenciadas. Freud se ubica decididamente en esta posición y, en cierto sentido, es su introductor, o precursor.



Hay varias razones para que esta característica de la clínica freudiana haya pasado desapercibida o desdibujada. En primer lugar, el hecho muy conocido de la analogía que Freud establece entre el duelo y la melancolía. “La melancolía se caracteriza en lo anímico, define Freud, por una depresión profundamente dolorosa, una suspensión del interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar, la inhibición de toda actividad y una disminución del sentimiento de autoestima que se manifiesta en autoacusasiones y autoinjurias que en el extremo llegan a una expectativa delirante de castigo”. E inmediatamente agrega a esta definición: “Este cuadro se aproxima a nuestra comprensión si consideramos que el duelo muestra los mismos rasgos [que la melancolía], excepto uno, falta en él la perturbación del sentimiento de sí. Pero en todo lo demás es lo mismo”.



Esta peculiaridad del enfoque freudiano, que visualiza la melancolía desde la perspectiva del duelo, ha conducido a creer, erróneamente a mi entender, que Freud establece una continuidad entre duelo y melancolía. Se deja de lado, de esta manera, que la comparación es introducida no solo para mostrar una similitud sino también, y sobre todo, para discernir su diferencia. Diferencia que en este caso reposa en la disminución del sentimiento de sí que es el que da origen y que constituye, como vimos, la especificidad de los procesos melancólicos. Hay un error en la comprensión de la comparación freudiana entre duelo y melancolía que conduce a creer que la melancolía constituye un duelo patológico. Se trata mas bien de la incapacidad para realizar el trabajo del duelo.



En segundo lugar, hay que mencionar que la pareja, más conocida, entre duelo y melancolía, hace pasar desapercibido que en la elaboración freudiana se presenta en realidad, no una dupla, sino una tríada. En efecto, en su artículo se distinguen y comparan tres formas clínicas nítidamente diferenciadas: el duelo normal, el duelo patológico y la melancolía. El término intermedio es introducido para referirse a la modalidad que adopta el duelo en ciertas patologías que no corresponden al campo de la psicosis, pero que presentan algunos rasgos parecidos a los de la melancolía. Por ejemplo, la severidad y el sadismo de los ataques del superyo en la neurosis obsesiva. A pesar de estas semejanzas que la clínica freudiana no puede dejar de destacar, lo que predomina es la diferencia, ya que en la neurosis obsesiva, aunque patológico, hay duelo, este transcurre y se lleva a cabo. En la melancolía, por el contrario, no hay duelo, hay un proceso enteramente diferente que lo sustituye. El melancólico, como dije, se caracteriza por la incapacidad de hacer un duelo.



Finalmente, conviene destacar que el término que usa Freud, Trauer, significa también tristeza, o aflicción. De allí que las primeras ediciones castellanas de su obra hayan traducido el título de su artículo como La aflicción y la melancolía.



De este modo vemos que la elaboración freudiana está construida sobre la diferenciación entre tres estados clínicamente diferentes:



1- El sentimiento normal de la tristeza, que tiene por modelo el proceso del duelo. Estos sentimientos pueden entenderse como microduelos.



2- Lo que en la actualidad los psicoanalistas designamos como depresiones neuróticas. Freud en su trabajo menciona explícitamente solo el duelo patológico de la neurosis obsesiva, pero este concepto abarca, aunque no se las mencione expresamente, otras patologías no psicóticas.



3- La melancolía.



En síntesis, se trata de una serie de tres términos enteramente congruente con la clínica freudiana. En primer lugar la oposición normalidad – patología. En segundo lugar, dentro de la patología, la nítida oposición entre neurosis y psicosis. Es esta distinción la que resulta decisiva en la práctica psicoanalítica y la que determina la modalidad de la conducta terapéutica que será muy diferente en un caso y en el otro.



Podríamos extender estas distinciones para abarcar el temperamento o carácter melancoloide. Desde la perspectiva psicoanalítica podríamos ubicarlo como una forma algo estereotipada del sentimiento normal de tristeza. Al decir sentimiento se incluye tanto su componente afectivo como las representaciones ideativas concomitantes, es decir, lo que hoy suele llamarse componente cognitivo. Pero podríamos considerarlo también como una patología del carácter que puede presentarse tanto en una subjetividad neurótica como en una psicótica cuya psicosis no se haya desencadenado. En cualquiera de estos casos sigue siendo decisivo, por lo menos desde el punto de vista de la terapéutica psicoanalítica, distinguir el orden de la neurosis y el de la psicosis.







Notas al pie:

1 Conferencia presentada en el 9º Congreso Internacional de Psiquiatría organizado por la AAP el 22 de octubre de 2002. Mesa Redonda: “Psicopatía: el melancoloide”

1 Roberto Mazzuca - Titular de Psicopatología psicoanalítica. Facultad de Psicología. Universidad de Buenos Aires.

Fuente. alcmeon.com.ar

viernes, 17 de junio de 2011

La melancolía y yo



La melancolía forma parte de mi vida, vive permanentemente en mí, me es muy difícil tener un día en el cual no esté melancólica y por otra parte debo reconocerlo eso no me desagrada.
 Vivir melancólica se ha transformado en una parte de mi personalidad, de mi naturaleza lo cual sin duda devino de mi historia personal.
 Porque hubo un antes en que no era así, pero un antes cercano de hace dieciseis años atrás, cuando aún vivía mi hija mayor. Hubo un período desde que ella nació hasta que partió en que fui una mujer distinta, había sido melancólica antes también. De niña por el maltrato recibido por mi madre, de adolescente y temprana juventud por una separación traumática e involuntaria del chico que amé desde los quince años y que seguí amando toda la vida aunque no fue mi compañero de vida.
 Más adelante la partida temprana, diecinueve años, de mi único hermano, en  este tiempo ya la melancolía y la tristeza estaban incrustadas en mi corazón.
 Luego me casé sin amor pero al año llegó mi primera hija y ella significó una nueva vida, un nuevo sentir, nació la hija y nació la madre, ´la maternidad me envolvió toda y siendo madre fui feliz nuevamente, en ella encontré el cauce de una existencia que parecía no tener rumbo, allí, con Noelia, pude comprobar que yo había nacido para eso, para tener hijos, para ser madre y cuidarlos y amarlos. Ser mamá de Noelia fue la tarea más hermosa que tuve a lo largo de mi vida, luego se repitiría con mi segunda hija, Nadia. Ellas, ambas, como un inmenso regalo llegaron a mí para que se justificara mi presencia en el mundo.
 Luego el destino, Dios o quién sabe quién decidieron que no era agradable verme tan feliz y me quitaron a mi Noelia, de un zarpazo, me la sacaron de los brazos como imagino se la llevaría un enorme halcón entre sus garras, así lo siento, aunque fue la leucemia la que la llevó en nada más que cuarenta y dos días.
 A partir de ese día nunca más volví a ser feliz, a reir con auténtica felicidad, la melancolía se instaló en mi vida y nunca más se fue.
 Tengo sí algunos momentos de alegría que me los proporciona mi hija menor, quien pobrecita sufre al verme triste y se desvive por alegrarme y muchas veces lo logra. Su presencia en mi vida es vital, sin ella ya no podría seguir, ya ni siquiera estaría melancólica, creo que simplemente ya moriría.
 Pero como todo en la vida, uno se acostumbra y yo me he acostumbrado a esta manera de vivir bañada de melancolía, que en algunos aspectos a veces hasta parece una dulce tristeza. Ella está en mí, aunque yo persigo una búsqueda lenta pero segura de la paz y despaciosamente la estoy logrando. Cambiando costumbres, modificando rutinas, así despacito voy cambiando mi sentimiento melancólico por uno más sosegado y placentero que es la paz.
 Sé que la encontraré en tanto no vuelvan a producirse en mi vida situaciones tan límites como las vividas, mientras tanto navego en mi mar de melancolía y no me quejo, aprendí a manejarla y no dejar que domine mi psiquis, simplemente convivimos y eso no me daña, creo al contrario ha abierto mi mente y mi corazón de una manera que no creo hubiera podido hacerlo otro sentimiento. Es mi amiga, aunque se que un día partirá del todo para dar lugar a la paz de la espera, esa que sigilosamente... ya ha entrado en mi vida.

Melan